martes, 10 de noviembre de 2009

Día de lluvia

Transcurre una tarde de febrero y estoy en el ministerio, trabajando. Una persona del equipo cumple años. Habría que comprar unas masas, dice alguien que delata su edad en ese comentario. Voy yo, que no me cuesta nada. No es que tenga ganas de hacerlo, pero mi coordinadora me dedica una mirada. OK, voy yo, aunque llueva.

Salgo con mi fantástico paraguas multicolor, pensando en lo bien que estuve al optar por zapatillas. Camino las veredas angostas de Esmeralda. Voy hacia Perón. Hace rato que llueve despacio pero sostenidamente y en los cordones se acumula el agua. Sucede lo temido: un auto pasa más rápido de lo que debería y más cerca de lo aconsejable. El BMW azul oscuro, nuevo y polarizado levanta una ola que me sumerge de la rodilla para abajo. La concha de tu madre, digo fuerte y claro y todos los que pasan me miran. El BMW se detiene en el semáforo y yo acelero el paso. Con esta manito que dios me dio golpeo la ventanilla del conductor, como quien llama a una puerta. Un señor pelado me mira desde adentro y ahí nomás empiezo un sermón, porque usted es un desconsiderado, pasa acelerando sobre los charcos, no le importa nada, me empapó toda la ropa, qué barbaridad, etc. El señor se encuentra evidentemente sorprendido. Está preparado para que le pidan plata, para que le vendan algo, pero no para esto. Baja la vista y sube la ventanilla. Arranca. Sigo mi caminata a la panadería, recaliente pero ajusticiada. Un motoquero que pasa me dice que tendría que haberle pateado la puerta. Yo le digo que la verdad que sí. Camino cien metros más, casi llego a la panadería. Un señor sale de un garage y se me acerca. Debe tener algo así como setenta años y me pide mil disculpas, porque dice que jamás lo hubiera hecho intencionalmente, que lo perdone, que no se dio cuenta, que no me vio. Mientras habla le muestro la pollera goteante. Se vuelve a disculpar y entonces yo se lo agradezco. Luego la tarde se desliza satisfecha, húmeda y con los pies mojados.